Palabras pronunciadas para la inauguración del Congreso Internacional de
Cuidados Paliativos, Manizales , Septiembre 2017.
Oscar Jaramillo Robledo. Médico Director Científico de SES.
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Convencidos de que la vida y el mundo se construyen conversando, el lenguajear
de Humberto Maturana, es costumbre en estas laderas de Los Andes acoger a los
amigos en la casa, regalándoles una narración que, creamos de todo corazón, les
resultará, como diría Cervantes, de algún contento o de algún provecho. De
acuerdo con Karl Popper, el notable epistemólogo, el mito es el origen de la
ciencia pues constituye la primera aproximación al entendimiento del principio de
universo y de todo lo que de él se deriva, incluidos el hombre, su destino y sus
sentimientos.
Como queremos que se sientan tan contentos en nuestra compañía como
nosotros lo estamos con la de todos ustedes, les compartimos esta historia.
Quizás el siguiente mito le dé un sustento a la práctica de su ciencia y de su arte.
Era Corónide la hija del rey Flegias habitante de las orillad del lago Beobes. Allí
Apolo se prendó de ella y la puso bajo el cuidado del cuervo, que entonces era
blanco. El cuervo anunció a Apolo que Corónide esperaba un hijo pero que,
mientras estaba bajo su tutela, había recibido en su lecho a Isquis, un mortal. La
ineptitud del cuervo lo convirtió en ave negra y, como portadora de malas noticias,
en animal de mal agüero. Arrebatado Apolo por los celos rogó a su hermana
Artemisa que le diera muerte a Corónide, pues era esta la diosa responsable de la
muerte de las mujeres que esperaban un hijo. La solicitud fue satisfecha. Yacía
Corónide en la pila funeraria del Tártaro, cuando devino el remordimiento sobre
Apolo pues no estaba seguro de no ser el padre de la criatura. Solicita, entonces,
a Hermes, el mensajero de los dioses que rescate de las entrañas de la madre
muerta a su posible hijo. Nace así, entre la vida y la muerte, Asclepio- Esculapio el
dios de la Medicina. Su educación es entregada al buen Centauro Quirón quien
todo lo sabía sobre la curación, la cacería y la gimnasia. Había llegado a la mala
práctica de la resucitación de los muertos, que aún hoy tiene cultores, lo que le
deparo la furia de Hades- Plutón quien veía esquilmados los habitantes que le
pertenecían en sus mundos subterráneos. En la guerra de Heracles-Hércules
contra los centauros, una flecha del héroe, emponzoñada con sangre de la hidra
del pantano de Lerna, hirió por accidente la pata de su buen amigo Quirón. Estas
heridas jamás curaban, eran muy dolorosas y olían mal. Quién le enseñó medicina
a Esculapio no pudo curar su propia herida. Nace aquí donde la figura del Sanador
Herido que nos obliga a tratar de curar estando enfermos, a aconsejar estando
confundidos y a consolar estando tristes, a tratar de sanar estando heridos.
Fatigado de su dolencia pidió a los dioses que le permitieran morir pero hubo de
cambiar con Prometeo su inmortalidad propia del hijo de un dios. Todo le fue
dado. El buen maestro pudo morir en paz, liberado de sus sufrimientos intratables
y sin esperanza.
Me pareció pertinente contarles esta historia porque nos remonta a momentos
perdidos en las tinieblas de los tiempos en los que, quien más tenía derecho a la
sanación no pudo lograrla y a quien más le había sido dada la vida, renunció a ella
para liberarse de una existencia que no creía digna.
El concepto de futuro, ausente en los demás animales, arrojó al hombre del
paraíso terrenal, ese lugar del eterno presente. La certeza de morir se convirtió en
castigo, pero a la vez, la finitud nos llevó a la necesidad del carpe diem de Horacio
y, además, a poder definir, hoy en día y gracias a su trabajo, las circunstancias del
morir cuando ya la suerte esté echada, el alea jacta est.
De la pregunta qué es bueno, nace la ética; de qué es bello, se construye la
estética; de dónde venimos, cuál es nuestro fin, aparece la metafísica. A Ustedes
les ha correspondido responder a preguntas de enorme dificultad y trascendencia:
¿Qué nos hace humanos? ¿Qué es vida humana? Albert Camus inicia su Mito de
Sísifo: “Juzgar si la vida vale la pena vivirla es responder a la pregunta
fundamental de la filosofía”. Si la respuesta es negativa en el contexto de la
enfermedad, aparece la bella paradoja que explica gran parte del ejercicio de
todos ustedes: Hacer mucho cuando ya no hay nada que hacer, alejándose del
futilis latino, esa vasija sin fondo que tratamos inútilmente de llenar.
La enfermedad terminal es un rio revuelto. Detrás de un consumidor incondicional
sumido en la ignorancia de su propios males, en un escenario donde se
sobredimensionan los logros transitorios, en momentos en que todos están
dispuestos a aceptar los altos costos en bien de tranquilizar las conciencias y
donde el mal resultado es lo más probable; lanzan en esas aguas turbias sus
redes los vendedores de milagrerías, afirman sus trampas los mercaderes de
panaceas, son bienvenidos los promotores de nirvanas y, aún los más connotados
subespecialistas, se amparan en mínimas posibilidades estadísticas para
adentrarse en las terapéuticas más agresivas y en las cirugías más devastadoras.
No faltará un caso anecdótico para afirmar la conducta. Debe recordarse cada día
la enseñanza de Ambroise Paré: Todo cirujano- deberíamos decir, todo médico-,
debe mantener un cementerio en su corazón, el cual debe visitar con frecuencia
para no perder la humildad.
Nos cuenta Eduardo Galeano que cuando el misionero quiso explicar a los
indígenas del Nuevo Mundo el sagrado misterio de la Trinidad, tomó un trozo de
tela y lo dobló en tres partes. Desde entonces los indios entendieron que, el Dios
de los cristianos, era de paño. De igual manera escudriñar el alma de los hombres
siempre nos depara caminos tortuosos. Lo que he pensado es por completo una
percepción personal y por tanto sesgada. El alma del paliativista exige un
desprendimiento permanente de la intención de curar para dirigirse al aliviar y al
consolar. El pensamiento del paliativista debe estar regido por una nueva filosofía
sobre el principio y el fin, sobre la trascendencia, sobre el hombre mismo, sobre la
vida humana. La ética del paliativista deviene en una éthos renovado de difícil
comprensión en los ámbitos académicos. La praxis del paliativista hace necesaria
la construcción de un nuevo sujeto de estudio, que sigue siendo el hombre mismo,
pero no es el hombre que permanecerá sino aquel que quedará disuelto más
temprano que tarde en el devenir de los ciclos de la naturaleza. Al final, al
desdoblar los pliegues de paño del alma de los paliativistas que he conocido para
tratar de entender de qué están hechos sólo se me ha aparecido la figura de seres
humanos en quienes el sentido de la compasión, sentir en uno mismo el dolor de
los pacientes y sus familias, ha logrado la máxima expresión.
Marguerite Yourcenar en sus Memorias de Adriano, obra destacada de la literatura
contemporánea, nos muestra al emperador en los umbrales de la muerte por una
hidropesía del corazón. Dice Adriano: “Animula, vagula, blandula, Hospes
comesque corporis, a saber: “Mínima alma mía, tierna y flotante huésped y
compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos,
donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos
juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a
ver…Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos”. ¿Habrá un mejor
ejercicio médico que aquel que permite entrar en la muerte con los ojos abiertos, a
saber vivir la muerte? O, por el contrario, alejarnos del momento de morir como
refiere Epicuro en su carta a Meneceo: "Así que el más espantoso de los males
nada es para nosotros, puesto que, mientras somos, la muerte no está presente, y
cuando la muerte se presenta ya no existimos.
Con estas reflexiones, propias de un neófito, no he pretendido enseñarles nada.
Sólo contarles que su quehacer en los cuidados paliativos extiende sus ramas
incluso a los menos informados, porque los actos buenos, entran con facilidad en
el corazón lleno donde, por paradoja, todo cabe, pero no logran colonizar el
corazón vacío, donde no hay espacio para nada.
Un favor final para con este cleptómano de citas. A quien y cuando corresponda.
Extiendan su compasión, como han pedido Alberto Manguel y hace pocos días
Orlando Mejía, y cuéntele a mis libros que este lector habitual, descuidado y
desordenado ha muerto. Es su nuevo deber.
Bienvenidos. Nuestro País, nuestro Departamento, nuestra Ciudad y nuestro
Hospital, Servicios Especiales de Salud, son la casa de todos ustedes.
Gracias.