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Ramón Bayés Sopena, Catedrático de Psicología, Dr. en Filosofía y Letras, experto en cáncer, SIDA y cuidados paliativos,
-Ud. ha tocado diversos “palos”, desde la psicología conductista y experimental hasta la psicología de la salud (sida, oncología, envejecimiento y cuidados paliativos)…¿Qué le han aportado, personalmente, tan variados conocimientos?
La necesidad de seguir aprendiendo; la sensación de que nos iremos de este mundo sin haber entendido gran cosa de él…La importancia de continuar investigando de acuerdo con el método científico-natural para mejorar, desde la cura y desde el cuidado, el bienestar del enfermo…También constato la insuficiencia de la ciencia para afrontar situaciones excepcionales a las que deben enfrentarse la mayoría de las personas: el envejecimiento, la dependencia, la pérdida de personas queridas y la muerte.
El método científico avanza a través de la simplificación y los modelos, tratando de encontrar lo que es nuclear en los fenómenos compartidos y descubriendo estrategias para facilitar un proceso. Pero ante la pérdida de un ser querido o la propia muerte, esta metodología es insuficiente y nos vemos obligados a afrontar la situación de golpe, de una sola vez, intentando, como nos ocurre frente a un poema, una melodía o un lienzo, asimilar y comprender toda su complejidad; en la medida de lo posible, tenemos que prepararnos para vivir la muerte.
-Centrándonos en paliativos, ¿cómo se aborda el sufrimiento? ¿Somos conscientes de la diferencia entre dolor y sufrimiento?
Cicely Saunders ya mencionaba que hay que tratar el “dolor total”, con independencia de su origen y características; esta es una de las justificaciones de la multidisciplinariedad en los equipos de cuidados paliativos.
El concepto de sufrimiento es más amplio que el de dolor, aun cuando en nuestra sociedad medicalizada se tienda a convertirlos en sinónimos. El sufrimiento puede tener su origen en un daño tisular, pero también se puede sufrir ante la simple amenaza de pérdida de algo que nos es muy querido…El dolor, por otra parte, no siempre es negativo; depende de su percepción de controlabilidad desde la óptica del enfermo. Hay que tratar de suprimir el dolor incontrolable e inútil, pero un dolor soportable percibido como controlable puede ayudar a algunos enfermos, por una parte, a sentirse vivos y, por otra, a aceptar con mayor facilidad, la proximidad de la muerte.
-¿Cómo está abordada la dimensión psico-espiritual en los CP?
Si el estudio científico del proceso de morir es muy reciente, el planteamiento de la dimensión psico-espiritual lo es mucho más y, en mi opinión, en este momento, forma parte de esta complejidad que debemos afrontar más con la intuición y la experiencia que con el conocimiento que nos proporciona la ciencia. La meditación sobre la muerte, nos dicen Séneca y Montaigne, es meditación sobre la libertad, porque quien ha aprendido a morir ha desaprendido servir.
– Habla del tiempo en la enfermedad como una experiencia particular…
La vida es un viaje y el viaje de cada persona es diferente del de todas las demás. No existen dos viajes iguales. Conocer y validar la biografía de cada enfermo concreto es, posiblemente, una de las tareas más importantes de todo sanitario paliativista, sea médico, enfermera, psicólogo o voluntario.
-En esa experiencia, el enfermo sufre la soledad… ¿La soledad tiene “cura”?
Existe una soledad deseada y una soledad indeseada. Hacia la primera hay que mostrar un gran respeto y una actitud de disponibilidad silenciosa. Con respecto a la segunda, aunque subjetivamente estaremos solos en el momento de morir, nadie debería morir físicamente solo. Acompañar compasivamente a otro ser humano en el proceso de muerte es, a mi juicio, una de las tareas más importantes y privilegiadas que existen en la vida…
Además, en una investigación realizada hace poco tiempo en una unidad de cuidados paliativos española, se ha observado que muchos enfermos que se encontraban esperando la muerte con los síntomas bien controlados, buena parte del tiempo se les hacía largo y pesado, no porque temieran a la muerte, sino porque se aburrían